El pasado de esclavitud vivido en América por las personas provenientes de África y sus descendientes contribuyó a que la situación social de estas personas fuera única.
Los cuerpos de las mujeres negras les habían sido expropiados y eran exhibidos desnudos en las subastas de esclavos, prestos a ser pertenencia de quien pudiera comprarlos: «cuerpos sacrificables»,(2) como les denominaría Bell Hooks. Sobre la mano de obra esclava —formada fundamentalmente por personas indias, africanas y algunas criollas— descansaba el desarrollo económico del país, por lo que la esclavitud constituyó el modo de producción fundamental. En estas circunstancias se engendraría un profundo racismo y el subsiguiente sistema de valores, creencias y estereotipos, de los cuales las mujeres también fueron objeto.
Del mismo modo, muchas de las esclavas eran apartadas de sus descendientes, a pesar de que los reglamentos de esclavos prohibían la venta por separado de las familias con hijos menores de siete años(3). Ellas trabajaban en las plantaciones agrícolas codo a codo con los hombres; de manera que cuando fueron libres, luego de la abolición de la esclavitud en 1886, no fue la primera vez que salieran a trabajar, pues ya lo habían hecho con anterioridad para bien de la economía de sus amos y algunas de ellas, previo a su arribo a América.Además, las esclavas fueron cosificadas en varias instancias: primero, como mano de obra; segundo, como madres de leche de los hijos e hijas de los amos; tercero, por los amos varones, quienes las desearon, violaron y violentaron, lo que subrayaba la disponibilidad forzosa en la que se encontraban. Por tanto, la esclavitud ofreció un terreno fértil al racismo. Como recientemente reconociera Esteban Morales en su libro «Desafíos de la problemática racial en Cuba»: Sigue leyendo